lunes, 2 de abril de 2012

inanimados

Hacia tanto frió aquella noche que era imposible perderle la vista al suelo para simplemente alzar la cabeza intentando saludar a alguno de tus vecinos. Pero ella seguía allí, implacable.

La prohibición era su vida, aunque muchos no le hicieran caso. La gran mayoría la miraba y pasaban de largo como si ella no estuviera tan bien puesta y pintada como acostumbraba. Rojo, le gustaba el rojo.

Siempre dirigía su mirada dándole la espalda a un callejón sucio que más lejos daba a una calle de mayores privilegios. Parecía estar donde tenia que estar.

Con el paso del tiempo perdió el color,su figura y su presencia se hacia cada vez menos palpable. Apenas dejaba que se viera su tan apreciado color rojo. Hasta que un jueves santo la encontré en el suelo al salir de casa.

Fue Teodoro, el sobrino de los de Asturias que no sabía que en esa calle había una señal de dirección prohibida.





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